¿Viste que acá no hay ni olor?” Dice Coco, tan orgulloso que mejor no contradecirlo. Pero para quien no está acostumbrado a trabajar con residuos, hay olor, y mucho, y moscas. Con Coco Niz nos citamos en Retiro, en la estación del Ferrocarril Belgrano. “Me vas a reconocer” dice “Soy negro, vestido de naranja y con pinta de cartonero”. Nos reconocemos, nos presentamos y tomamos el tren hasta la estación Saldías. Caminamos unos doscientos metros bordeando la villa 31, hasta llegar al sitio que representa el mayor orgullo de Coco y de muchos trabajadores como él: el centro de Reciclado de El Ceibo. Un enorme galpón techado donde descansa a sus anchas una gigantesca montaña de basura seca. Seca porque no incluye residuos orgánicos -como restos de comida u otras sustancias que se pudran- sino únicamente botellas, cartones, plásticos y aluminio. Por eso –explica Coco- es que no tiene olor. Y teniendo en cuenta el descomunal tamaño de la pila, y la bochornosa temperatura de una tarde de enero en Buenos Aires, no queda más remedio que darle la razón.
El Ceibo es un centro de reciclaje donde trabajan 70 ex cartoneros, hoy convertidos en recuperadores urbanos. Es una iniciativa autogestionada, apoyada por el gobierno nacional y dirigida por una mujer que se define como Ciruja Vip, pero es conocida entre sus compañeros como “presidenta”, “coordinadora” o simplemente “amiga”, porque los ha sacado de la calle, les ha conseguido un trabajo, una contención, un sueldo y les ha devuelto algo de eso que tan profusamente se conoce como dignidad. “Aquí los cirujas pasan de marginados a seres humanos” explica ella, que se llama Cristina Lezcano y dice tener cincuenta, porque ya no cuenta los años. “Los cambios que vemos en la gente son increíbles.” sigue “Hoy ya no revuelven la basura para sobrevivir, tienen un trabajo, usan un uniforme, cumplen un horario y ganan un sueldo” Y no sólo eso, sino que realizan una labor valiosísima para el cuidado del medio ambiente. Todos los desechos que llegan al Ceibo son clasificados, prensados y vendidos a las empresas para su reutilización.
Comencemos por el principio. La basura. ¿Qué hacer con ella? Cada porteño genera cerca de 2 kilos por día, que multiplicado por casi 3 millones arroja una cifra superior a las 5 mil toneladas diarias. El 89 % de ese total va a los basurales o es enterrada por el CEAMSE, con un costo monetario de 55 pesos por tonelada, y un perjuicio ecológico incalculable. ¿Qué pasaría si todos los cartoneros de Buenos Aires se transformaran en recuperadores y trabajaran ordenadamente en el reciclaje? El negocio no es tan sencillo. Sólo de gastos fijos, El Ceibo tiene 146 mil pesos al mes, contando los sueldos de todos sus empleados, que van de los 1300 a los 2500 pesos, más gas, luz, agua, logística y un almuerzo comunal por día, que suele consistir en ravioles con tuco. Para lograr semejante infraestructura, Cristina trabaja desde 1989, cuando se quedó sin empleo y tuvo que salir por primera vez a revolver la basura. “Nunca me voy a olvidar del primer día que salí a cirujear” recuerda “Iba envuelta en una bufanda y un gorro porque pensaba que todo el mundo me estaba mirando. Después te das cuenta que nadie te da bola y te acostumbrás. Con el tiempo empezamos a ver que éramos muchos en la misma situación y dejamos de tener vergüenza.” Así se fueron agrupando. “Empezamos a unirnos para juntar más mercadería y que nos pagaran mejor” cuenta “y ahí nos dimos cuenta que la basura no es del gobierno, ni de las empresas ni de nadie y empezamos a hablar con los vecinos, a capacitarlos, enseñándoles a clasificar, anotando la hora en que cada vecino quería que pasemos a recoger.” La tarea de educar a los vecinos no era nada sencilla para personas que de entrada generaban mucha desconfianza. “Los primeros tiempos el rechazo total.” sigue recordando Cristina “Nosotros no somos rubios de ojos celestes, y nos discriminaban. Entonces empezamos a hacer uniformes y credenciales… Con un subsidio de 200 pesos que sacamos entre cuatro mujeres mandamos a hacer unas pecheras, y les pintamos a mano un ceibo, que es la flor nacional y popular… Así empezó todo”.
En El Ceibo trabajan casi tantas mujeres como hombres. Y ya se han formado varias parejas, algunas más oficiales que otras. La jornada es igual para todos: entran a las siete de la mañana, salen a las dos de la tarde. Una docena de recuperadores se encarga de tomar pedidos: recorrer los barrios con una planilla donde van anotando las direcciones de cada casa y los horarios que le convienen a cada vecino. “Si todos los vecinos aprendieran a separar la basura en origen habría mucha más gente trabajando de esto.” Comenta Cristina “Acá tratamos temas como la contaminación, el medio ambiente, el cambio climático. Nadie veía al recuperador urbano en esta tarea, pero nosotros tenemos el conocimiento de la calle que no tiene nadie. Acá hay gente que vivió en la calle toda su vida, que fueron lo peor de lo peor y ahora han cambiado su historia personal, se han insertado en la sociedad.” Claro que la inserción no es tarea fácil, con personas acostumbradas a vivir bajo otras reglas. “La gente falta constantemente” dice Cristina “No olvidemos que vienen de barrios muy pobres, dónde de pronto llueve y se les cae el techo, y no pueden salir de la casa porque les roban todo.” Por cada ausencia se descuenta un día en la paga mensual, pero no se echa a nadie “En una cooperativa así hay que entender al otro” sigue Cristina “Vienen con sus códigos, códigos de villa 31, de villa Fiorito, códigos tumberos… Los sábados muchos no pueden venir a trabajar porque a la mañana los barrios están llenos de pasados que salieron de joda el viernes a la noche y si te ven en la calle te afanan todo.” Otra cosa que debieron cambiar es el hábito de adulterar la mercadería. “Al principio, antes de que esta cooperativa arrancara en serio, no había ningún control de calidad.” Explica Cristina “En una bolsa de cartón metíamos piedras, latitas, o lo mojábamos para que pese más. Hoy nos dimos cuenta de que es mejor que todos sepan que vendemos mercadería buena. Y estamos entregando a las grandes papeleras a 60 centavos el kilo.”
La jornada está terminando y los recuperadores se cambian y se preparan para volver a sus casas. Coco está listo para llevarnos de nuevo a Retiro, pero esta vez el viaje es en camioneta (parte de la logística con la que cuenta El Ceibo). Antes de irnos nos despedimos de todos, agradeciendo la gentileza y el almuerzo que nos han regalado, y recién al subir al móvil nos damos cuenta de que hace varias horas que no sentimos ningún aroma. Será que la nariz se acostumbra, o será que el olor de la basura no es tan fuerte como el olor del progreso.
El Ceibo es un centro de reciclaje donde trabajan 70 ex cartoneros, hoy convertidos en recuperadores urbanos. Es una iniciativa autogestionada, apoyada por el gobierno nacional y dirigida por una mujer que se define como Ciruja Vip, pero es conocida entre sus compañeros como “presidenta”, “coordinadora” o simplemente “amiga”, porque los ha sacado de la calle, les ha conseguido un trabajo, una contención, un sueldo y les ha devuelto algo de eso que tan profusamente se conoce como dignidad. “Aquí los cirujas pasan de marginados a seres humanos” explica ella, que se llama Cristina Lezcano y dice tener cincuenta, porque ya no cuenta los años. “Los cambios que vemos en la gente son increíbles.” sigue “Hoy ya no revuelven la basura para sobrevivir, tienen un trabajo, usan un uniforme, cumplen un horario y ganan un sueldo” Y no sólo eso, sino que realizan una labor valiosísima para el cuidado del medio ambiente. Todos los desechos que llegan al Ceibo son clasificados, prensados y vendidos a las empresas para su reutilización.
Comencemos por el principio. La basura. ¿Qué hacer con ella? Cada porteño genera cerca de 2 kilos por día, que multiplicado por casi 3 millones arroja una cifra superior a las 5 mil toneladas diarias. El 89 % de ese total va a los basurales o es enterrada por el CEAMSE, con un costo monetario de 55 pesos por tonelada, y un perjuicio ecológico incalculable. ¿Qué pasaría si todos los cartoneros de Buenos Aires se transformaran en recuperadores y trabajaran ordenadamente en el reciclaje? El negocio no es tan sencillo. Sólo de gastos fijos, El Ceibo tiene 146 mil pesos al mes, contando los sueldos de todos sus empleados, que van de los 1300 a los 2500 pesos, más gas, luz, agua, logística y un almuerzo comunal por día, que suele consistir en ravioles con tuco. Para lograr semejante infraestructura, Cristina trabaja desde 1989, cuando se quedó sin empleo y tuvo que salir por primera vez a revolver la basura. “Nunca me voy a olvidar del primer día que salí a cirujear” recuerda “Iba envuelta en una bufanda y un gorro porque pensaba que todo el mundo me estaba mirando. Después te das cuenta que nadie te da bola y te acostumbrás. Con el tiempo empezamos a ver que éramos muchos en la misma situación y dejamos de tener vergüenza.” Así se fueron agrupando. “Empezamos a unirnos para juntar más mercadería y que nos pagaran mejor” cuenta “y ahí nos dimos cuenta que la basura no es del gobierno, ni de las empresas ni de nadie y empezamos a hablar con los vecinos, a capacitarlos, enseñándoles a clasificar, anotando la hora en que cada vecino quería que pasemos a recoger.” La tarea de educar a los vecinos no era nada sencilla para personas que de entrada generaban mucha desconfianza. “Los primeros tiempos el rechazo total.” sigue recordando Cristina “Nosotros no somos rubios de ojos celestes, y nos discriminaban. Entonces empezamos a hacer uniformes y credenciales… Con un subsidio de 200 pesos que sacamos entre cuatro mujeres mandamos a hacer unas pecheras, y les pintamos a mano un ceibo, que es la flor nacional y popular… Así empezó todo”.
En El Ceibo trabajan casi tantas mujeres como hombres. Y ya se han formado varias parejas, algunas más oficiales que otras. La jornada es igual para todos: entran a las siete de la mañana, salen a las dos de la tarde. Una docena de recuperadores se encarga de tomar pedidos: recorrer los barrios con una planilla donde van anotando las direcciones de cada casa y los horarios que le convienen a cada vecino. “Si todos los vecinos aprendieran a separar la basura en origen habría mucha más gente trabajando de esto.” Comenta Cristina “Acá tratamos temas como la contaminación, el medio ambiente, el cambio climático. Nadie veía al recuperador urbano en esta tarea, pero nosotros tenemos el conocimiento de la calle que no tiene nadie. Acá hay gente que vivió en la calle toda su vida, que fueron lo peor de lo peor y ahora han cambiado su historia personal, se han insertado en la sociedad.” Claro que la inserción no es tarea fácil, con personas acostumbradas a vivir bajo otras reglas. “La gente falta constantemente” dice Cristina “No olvidemos que vienen de barrios muy pobres, dónde de pronto llueve y se les cae el techo, y no pueden salir de la casa porque les roban todo.” Por cada ausencia se descuenta un día en la paga mensual, pero no se echa a nadie “En una cooperativa así hay que entender al otro” sigue Cristina “Vienen con sus códigos, códigos de villa 31, de villa Fiorito, códigos tumberos… Los sábados muchos no pueden venir a trabajar porque a la mañana los barrios están llenos de pasados que salieron de joda el viernes a la noche y si te ven en la calle te afanan todo.” Otra cosa que debieron cambiar es el hábito de adulterar la mercadería. “Al principio, antes de que esta cooperativa arrancara en serio, no había ningún control de calidad.” Explica Cristina “En una bolsa de cartón metíamos piedras, latitas, o lo mojábamos para que pese más. Hoy nos dimos cuenta de que es mejor que todos sepan que vendemos mercadería buena. Y estamos entregando a las grandes papeleras a 60 centavos el kilo.”
La jornada está terminando y los recuperadores se cambian y se preparan para volver a sus casas. Coco está listo para llevarnos de nuevo a Retiro, pero esta vez el viaje es en camioneta (parte de la logística con la que cuenta El Ceibo). Antes de irnos nos despedimos de todos, agradeciendo la gentileza y el almuerzo que nos han regalado, y recién al subir al móvil nos damos cuenta de que hace varias horas que no sentimos ningún aroma. Será que la nariz se acostumbra, o será que el olor de la basura no es tan fuerte como el olor del progreso.
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